Un día, una dama pensando en mi bienestar, me regaló un ángel, de nombre Uriel. Recuerdo que me dijo: ¡Cuándo lo vi, pensé en tu bienestar, en alguien que te cuide y en alguien que sea un ejemplo!
Inmediatamente lo puse frente a mí, para que todos los días estuviera en mi vista, y así estuviéramos juntos.
Un jueves precisamente, hace ya 8 años, me caí económicamente y emocionalmente, un momento que se pudiera describir; me quedé sin nada.
Ese mismo jueves, fui tan torpe en mi actuar, que se cayó Uriel en dos ocasiones; en una se le quebró su espada y en otra la mano derecha, con intervalo de una hora aproximadamente. Cuando sucedió no sentí nada, de hecho, lo miré y no quise tener una emoción, quizá porque ya toda mi energía estaba cargada al fracaso.
A los días, empecé a reaccionar y tomé los pedazos de mí que estaban tirados, los empecé a conectar de nuevo, hasta que después de más de dos años, me sentí de nueva cuenta fuerte.
Y hasta ese entonces miré de nuevo a Uriel, el seguía en el mismo lugar, con la misma postura.
Hoy jueves lo vi de nuevo y lo tome de la mano, al verlo le dije: Estoy en un hoy, me siento en la nada.
Pero sabes, aún tengo alas, aún tengo ojos, aún tengo piernas y también brazos, ahora entiendo cuál es el camino a seguir.
¡Hasta en el hoyo más oscuro hay vida!
¡Hasta en la nada, hay un comienzo!
¡Hasta en la soledad hay una gran compañía!
¡Usa tus alas, vuela y despega, verás que la vida es más grande que tu visión corta!